Tradicionalmente, la nobleza ha implicado una serie de
privilegios que la distinguían del pueblo llano. Hasta el siglo XVIII, ser
noble era incompatible con desempeñar un oficio. A partir de entonces, aunque
era lícito, trabajar seguía estando mal visto. Los nobles tenían la propiedad
de la tierra, pero era el pueblo llano el que la trabajaba y generaba las
rentas de la que vivía el señor. Más adelante, se pudo acceder a un título
nobiliario por el trabajo realizado en servicio a la corona o incluso adquiriéndolos
mediante el pago de una cantidad. Aunque hubieran mermado los derechos y rentas
de este estamento, todavía se veía asociada a ciertos privilegios.
En nuestros tiempos, a pesar de la abolición de la sociedad
estamental, ha florecido una categoría similar a la nobleza: el
funcionariado. Estos tienen la
plaza en propiedad, aunque no es
necesario que la trabajen, incluso no está bien visto entre sus congéneres que
se esfuercen demasiado. Ya trabajaron bastante cuando estudiaron para el examen
y ahora pueden vivir de las rentas. Para trabajar ya está el personal laboral.
Estos últimos no tienen la misma procedencia que los funcionarios, por tanto no
pueden acceder a los mismos privilegios. Ellos no tienen la propiedad, pero
hacen el trabajo.
Los trabajadores, laborales o externos, fijos o temporales,
se esfuerzan día a día y mes a mes para poder cobrar su salario mensual y
asegurar su permanencia. Los funcionarios no lo necesitan, tienen la propiedad.